domingo, 9 de agosto de 2009

Casi una historia - La despedida

Casi una Historia (Presentación).

La despedida


Hoy es mi última noche en Lima. El vuelo sale mañana a las seis de la tarde. Kike me dijo que cerraría el local para poder pasar la última noche con su pata Rubén. Francamente a veces me sorprende ese compadre. Dentro de esa caparazón de hombre de mundo se esconde otra persona. Como va su negocio en estos días, cerrar una noche no sale barato. Por fin llegué. Cuadro el carro y le doy un saludo a Carlos, el guardián. “Pase señor” – me dice – “El señor Enrique lo espera”. Cómo cambia la cara de un local cuando las luces están apagadas. En la barra estaba mi amigo, en plena agitadera de uno de sus tragos especiales. “Oiga Rubenciño!” – me dijo al tiempo que dejaba a medias el trago y venía a darme un abrazo. “Habla Kike, qué tal hermano!” – le dije alegre, – “puta que te alucinas vampiro huevón, o eres un coñete de mierda. Todo está recontra oscuro”. “Así es la crisis pues” – me contestó. De pronto cambió su expresión a la clásica cuando me quiere joder –“ya no te me pongas sabroso carajo, vienes a criticar mi establecimiento”. “Ven” – me dijo – “te tengo un nuevo invento, pero tienes que tomártelo de un solo trago, sino no me hago responsable”. Me dio un trago que me hizo recordar esos brebajes que te hacen beber las brujas que tiene patas de sapo, alas de murciélago y esas huevadas. Obediente tomé de un solo trago y sin respirar el dichoso preparado. Sólo atiné a mirarlo fijamente al tiempo que terminaba de pasar el volcánico líquido y guardaba una nota mental para buscar a primera hora mañana dónde hacían transplante de estómago. Me terminó de rematar cuando me dio dos palmadas en la espalda, nada suaves por cierto, “¿Verdad que está bueno?, lo voy a llamar Terminator”. Sólo le sonreí mientras cogía la barra con una mano mientras terminaba de recuperarme. “Mientras que conversamos ayúdame a acomodar unos cables que están en el escenario”. “Bueno, “ – le dije, y luego agregué riéndome – “pero mi hora de chamba ya acabó”. Ya en el escenario, caminando medio a tientas, Kike me dijo – “Cuando te diga ya, activas el interruptor que se encuentra a tu izquierda, ¿estamos?”. “Ok” - le respondí. “Ya!” – encendí el interruptor y en verdad no podía creer lo que estaba ante mis ojos.

Sorpresa! resonó en todo el Karaoke. No menos de setenta personas llenaban el local de Kike. Había logrado juntar a mucha gente que no veía hace tiempo. Pasé rápidamente la vista y observé que habían decorado el local como si fuera fiesta de año nuevo, con las luces de discoteca de Kike, serpentina, globos y todos tenían serpentina alrededor del cuello, alucinante. Toda la gente estaba gritando alegre, algunos tenían esos silbatos de papel que se usan en las fiestas. Kike me miró y con la cabeza hizo un gesto para que volteara a mi espalda. Volteé y observé unos instrumentos sobre el escenario, reconocí la calcomanía de la guitarra de mi hermano. al tiempo que Kike gritaba “Hey gente! Creo que hay cierto grupo que todos quieren escuchar, ¿no?!” Yo estaba todavía medio atontado por la sorpresa, y me terminé de sorprender mas cuando vi que de entre la mancha avanzaban los del grupo. Estaba Sergio, que había venido a acompañarme en el regreso. Estaba entre ellos Dr. Power, completamente rapado para disimular su creciente calvicie y con sólo el recuerdo de aquella cabellera que según él simbolizaba su rebeldía ante la sociedad de consumo. Estaban Carolina y Jénnifer, las chicas del coro, pero no vi a María Isabel. Los muchachos se acomodaron en el escenario y dispusieron los instrumentos. Mi hermano se acercó a mi sonriente y me cogió del hombro – “Ahora ya sabes porqué vine. Teníamos que hacerlo una vez más.” Erick comenzó a tocar el bajo y toda la gente comenzó a gritar y hacer una bulla como si fuera concierto de los Stones. Erick miró a Sergio, sonrió y cambió las notas que tocaba a la tonada que caracterizaba una de nuestras canciones mas rockeras La batida, la cual compuso Sergio cuando a Alberto lo agarró la batida y estuvo una noche en la comisaría. Ya hacía varios, mejor dicho muchos años que no tocábamos juntos y no se cómo saldría esto, pero la alegría de todos me contagió y me hizo sentir que esa noche nada podría salir mal. Al sentir la música y el ritmo jugando con mi sangre, al sentir la batería retumbando en mi pecho y mis oídos y haciendo vibrar mi interior, mi mente se transportó a aquella época de sueños e ilusiones, en ese instante recordé la letra de todas nuestras canciones, cuando entrar, nuestros juegos en escena, en fin. Sentía que todo estaba en su lugar. Comencé a cantar olvidándome de todo, mirando al resto del grupo y observando como, si bien en apariencia todos habíamos cambiado, nos unía la misma chispa en la mirada. La gente comenzó a corear la canción y alzar las manos divirtiéndose de lo lindo. Sergio demostró que su habilidad con la guitarra estaba como nunca haciendo un solo que parecía Santana. Dr. Power nos marcaba el paso con toda su energía. La canción terminó con un final de antología entre guitarra y batería y la gente simplemente, estalló. Sergio me miró y dijo “Oye Rubén, ¿no crees que hora de un poco de ritmo?” – Yo ya sabía lo que eso significaba - “Bueno, Sergio, haber que dice la gente.” – “Ustedes quieren ritmo?!” – grito Sergio a la gente. Un grito afirmativo retumbó en todos los rincones del local. “Bueno pues, ustedes lo pidieron.” Mis primos, que estaban también en el escenario, cogieron los cajones y comenzaron la introducción de Ritmo Moreno. La mancha celebró la canción con júbilo y comenzó el baile todos contra todos. Comencé a cantar recordando aquella noche de playa alrededor de la fogata y recordé mi baile con Karen y canté como nunca lo había hecho, para que donde estuviera me escuchara. Uno de mis primos dejó el cajón y se puso a mi derecha para comenzar nuestro juego del zapateo, y al ritmo del cajón comenzamos a jugar haciendo cada uno los suyo. La gente seguía con las palmas el ritmo, quedando sorprendidos los que nunca nos había visto bailando así. Todos en escena éramos uno, y el ritmo nos unía con la gente. Vi como Alberto tocaba la batería mientras tenía vista humedecida por la emoción. Sabía, y creo que todos nos dimos cuenta, que esta noche era única e irrepetible. Mi primo y yo estábamos bañados en sudor, pero la risa no se acababa, luego volví a entrarle al canto cuando Sergio me avisó con la guitarra y todos, voz, coro e instrumentos acabamos sincronizados, como si estuviera el tiempo marcado en nuestro inconsciente. La gente no sabía que hacer de la alegría.

Al terminar la canción, y entre la algarabía de la gente, Kike subió al escenario cogió el micrófono y dijo: “Bueno people, esta noche la juerga se arma para despedir a un pata, un amigo, un hermano. Rubén,” – volvió la vista hacia mí – “espero que nunca, pero nunca, te olvides de tu gente. Puta porque sino, yo mismo viajo y te saco la mierda” – concluyó entre las risas de todos. “Ahora, todos a bailar carajo, y esta noche el que no chupa pierde” – dijo Kike, al tiempo que hacía una seña al DJ para que empiece la música. Miré a mi amigo, que una vez mas me había sorprendido. Kike se acercó a mi, me tomó del hombro y me dijo – “Esta es tu noche tigre, vívela como nunca”. “No me lo tienes que pedir dos veces” – le contesté riéndome. Ni bien terminé de hablar, Carolina me jaló del brazo – “ya, ya, sólo falta que se besen. Menos charla y mas movimiento”. La canción que sonaba en ese instante, era “Boom Boom” de Chayanne, maldita. La gente, la música, la alegría, amigos de siempre. Sentí que esta noche era sólo para mí. Esta no era una noche para la tristeza, la melancolía,...la soledad. Parecía que la letra me lo decía todo.


Libera tu energía,

las cosas malas fuera de tu vida

que suenen las campanas,

que a cada día hay que ponerle ganas

mezcla el sabor, con gotas de sol

y bate fuerte que la noche es mágica

fuego y pasión a todo color

arriba los sentidos y baila, baila, baila “.

En otro momento de la reunión estaba hablando con Sergio y Alberto y sentí el vibrador del celular. Observé quién llamaba – “Mary” - dije para mí. Me alejé un poco de la bulla, cosa muy difícil, para contestar. “Aló Mary, ¿se puede saber que pasa que no estás acá? Tienes cinco minutos para decirle a Andrés que te recoja y vengan” – Ella me contestó “Sorry amiguito, hoy no me siento bien” – sentí algo extraño en su voz, no estaba como siempre. “¿Qué tienes Mary? – le dije con un tono mas serio. “Nada, estoy con una gripe que me tumbó en la cama. Rubén, yo...yo quería decirte....” – me dio la impresión que su voz se entrecortaba – “No te escucho bien, ¿qué dices?” – hubo un instante silencio por el otro lado de la línea. “...quiero que esta noche te diviertas un montón Rubenciño, de seguro que por allá está la chica de tus sueños. Mañana nos vemos en el aeropuerto”. “Bueno Mary, no te me pongas tristona que esa no eres tú, se supone que tú me levantas el ánimo a mí, ¿recuerdas?” – escuché que Alberto me llamaba a gritos, creo que también lo escuchó Mary – “Amiguito, la siguiente chela es a mi nombre, ¿eh?. Hasta mañana.” “hasta mañana Mary,” – le contesté – “ y cuídate. Sino me vas a contagiar y vamos exportar gripe peruana”. Colgué un poco extrañado, pero la gente que me llamó no me dejó profundizar en aquellos pensamientos. La juerga recién, recién comenzaba.

lunes, 3 de agosto de 2009

Casi una historia - Las últimas páginas (séptima parte)

Casi una Historia (Presentación).
Las últimas páginas (primera parte).
Las últimas páginas (segunda parte).
Las últimas páginas (tercera parte).
Las últimas páginas (cuarta parte).
Las últimas páginas (quinta parte).
Las últimas páginas (sexta parte).

Mas o menos a las dos semanas de aquél encuentro, Marta me llamó para encargarme de un proyecto que tenía por objeto preparar el material de diseño gráfico con el motivo del 14 de Febrero para varias de las tiendas del Jockey Plaza. Me puso a cargo de un equipo de cuatro diseñadores y me dijo que a partir de la fecha tendría correo electrónico propio. Como te imaginarás, lo primero que hice fue escribirle a mis amigos para darles la nueva dirección. Maria Isabel me pasó una copia de la última lista incluyendo la nueva gente que conocimos en el Club. A partir de esa fecha, las llamadas en el grupo se fueron reduciendo y se fue incrementando el uso del mail. Recuerdo bien que un lunes, me sorprendió una respuesta a uno de los chistes que mandé por correo, “hola Rubencito, ¿cómo estás?”. Ya te imaginarás quién era.

En ese primer día creo que escribí más correos que todos los que había realizado hasta el momento. Todo parecía perfecto, imagínate que hasta le gustaba la música de Luis Miguel, y que la canción “Por debajo de la mesa” del último CD “Romances” que recién acabada de salir en venta, ocupaba un lugar especial entre sus favoritas. Y bueno, qué te puedo decir, a partir de ese momento comencé a mantener una comunicación más frecuente con ella, hasta que de pronto, comenzó a rondar por mi mente una pregunta: “¿serás tú?”, “¿serás aquella persona que tenía que venir para entrar en mi vida?”.

Por aquellos días estaba por estrenarse una película de Meg Ryan y Tom Hanks, “Tienes un e-mail” y Miguel, que era el loco Computadora, nos insistió a todos para que fuéramos al cine a verla. Bueno, así sucedió, así que ya te imaginas a la mancha haciendo cola en el cine Pacífico para verla. María Isabel, que estaba delante de mí en la cola, volteó y me dijo casi al oído “se te nota a leguas amiguito”. “¿qué cosa?” – contesté contrariado. “ya no te hagas el cojudo, “ – me dijo ella – “que te conozco desde los doce años, ¿crees que no me doy cuenta que desde la reunión del Club te haz quedado estúpido con la prima de Miguel. ¿Cómo se llama? ¿Carla creo?”. “Pucha Mary, ¿en serio es tan evidente?. Lo que menos quiero es que se de cuenta y que alucine que estoy desesperado o crea que soy muy meloso o algo así”. Ella sonrió y puso su cara de cómplice, al tiempo que me decía – “no creo que los demás se hallan dado cuenta, ni siquiera ella”. Eso me trajo un poco de calma luego de la palta. “Mary y ahora cómo hago para acercarme sin ser evidente”. Voltee un instante para observarla. Allí estaba, al lado de Miguel, con una blusa marrón que caía suavemente sobre su figura y un pantalón negro. “Ok, quédate con nosotros y sígueme la corriente”. Esa Maria Isabel, como siempre más viva que todos juntos, observó por donde se iban a sentar Miguel y Carla y nos hizo caminar por el otro extremo para llegar al mismo punto y fue ella quien dijo “Rubenciño, aquí hay sitio”, haciendo que me siente al lado izquierdo de Carla, estaba entretenida hablando con Miguel, volteó un instante a mirarme y me sonrió, robándome a mi también una sonrisa. María Isabel me pasó la voz y me dijo al oído - “mínimo un Chifa Rubenciño” – terminándolo con una sonrisa. “sale Mary, dos si quieres”. Luego de unos minutos de espera, comenzó la película. Durante la proyección, miraba de cuando en cuando a Carla, y ella estaba concentrada comiendo su canchita. En una de esas, la observé jugando con su cabello. Con el dedo índice de su mano izquierda hacía un rulo en el extremo izquierdo de su cabello, que le llegaba un poco por debajo de los hombros. En ese momento sentí ganas de pasar mi mano suavemente por su cabello, acariciar su mejilla y terminar tomando su mano y tenerla junto a mi hasta que acabara la película, pero un ladrido del perro de Tom Hanks me hizo volver a la trama.

Cuando acabó la película, no recuerdo qué cosa le pregunté cuando ella estaba volteada, pero cuando giró su cabeza para decirme con una sonrisa “perdón, qué dijiste, no te escuché”, nuestros rostros estaban tan cerca, que creo que si sacaba una regla para medir ésta no marcaba ni diez centímetros. Sentí como si se taparan mis oídos y todos los sonidos los escuchara lejos, como si quisiera olvidarme del mundo en esos tres segundos, y saborear cada una de esas tres mil milésimas...y acercarme aún más para besarla. Así transcurrió aquella noche de cine. Ya saliendo, era un poco tarde, quedamos en vernos en grupo el fin de semana. Al despedirse, Kike me llamó a un lado y me hizo recordar que ya estaba comenzando a organizar la reunión anual y que yo tenía que estar. Le dije que lo visitaba al día siguiente para conversar.

A la mañana siguiente comentamos por el correo algunos aspectos de la película, pero fue muy corto, pues tenía un montón de chamba.

Como te imaginarás, a partir de ese momento comencé en algunas oportunidades a insinuarle la posibilidad de tener una cita, pero siempre evadía, según yo, el tema. El lunes de la semana siguiente, comentaba con Susana, mi asistente, la película pues ella la había visto el día anterior. En ese momento se me ocurrió algo. En la película, Tom es una especie de rival de Meg, pero se comunicaba con ella por correo como una especie de amor platónico anónimo, y no es sino hasta el final de la película en que ella descubre que él era la persona de la que se ilusionó por correo. En ese instante, según me confesaría posteriormente Susana, mi rostro tomó una expresión como la del coyote cuando piensa en un plan para atrapar al correcaminos. “¿Y si hago lo mismo? ¿Si comienzo a escribirle correos anónimos y después descubro mi identidad?.” En mi caso, lamentablemente, ella ya me conocía y pues simplemente no quería hacer lo mismo. Tenía ganas de hacer algo con un toque especial y fabricar una historia a mi modo. “Flores” - se escribió en mi mente - “voy a darle las flores mas bonitas”. Comencé a imaginar las cosas que podría hacer para conquistarla. Pero de repente me detuvo en seco un pensamiento – “¿Dónde se las mando, a su casa o a su trabajo? Mejor a su trabajo, para ser primera vez creo que es lo mejor, la puede sorprender más.” – pensé. Muy bien, ya tenía decidido dónde las mandaría, pero había un pequeño problema: no conocía la dirección de su trabajo. Preguntar a alguien sería delatar mis intenciones y estropearía el plan. Me quedé observando mi pantalla donde tenía cargado Photoshop y jugaba con el puntero del ratón dibujando sobre la imagen que estaba editando. De pronto recordé que el primer día que nos escribimos me dio el teléfono de su trabajo, pero no la dirección. Bueno, en ese tiempo no existía las páginas amarillas en línea, pero existía Gustavo, mi pata de Telefónica. Así que lo llamé y me dio la dirección que correspondía con dicho teléfono. “Bien jugada” – pensé.
A la hora del almuerzo me fui a una de las mejores florerías de Miraflores, que quedaba en dos de mayo. Seleccioné de su catálogo mi obsequio y la chica que atendía me pidió que le de el mensaje que iría en la tarjeta. En ese instante sólo bajé los ojos, puse la mente en blanco y dejé que hablaran los sentimientos en ese momento. Lo recuerdo como si tuviera la tarjeta en mis manos:

“Cuando el corazón descubre a alguien, suceden cosas que no podemos explicarnos, locuras quizás, pero que encierran sentimientos muy especiales. Ojalá que en estas flores percibas algo de lo que eres capaz de inspirar en mi.

Tu secreto admirador.”


Cuando alcé la mirada, la chica había terminado de escribir el mensaje y me estaba observando con una sonrisa y luego de un leve suspiro me dijo “Que lindo, definitivamente vas a conquistar a esta chica” – esa frase me llenó de oxígeno el alma y le contesté dibujando una sonrisa – “Ojalá”.

Según me dijo la empleada de la florería, las flores llegaría a su trabajo al día siguiente antes de las diez de la mañana. De regreso al trabajo venía pensando qué pasaría ahora. Tenía que ver la manera de que se entere de una manera especial también, y sólo ella, pero cuál. Ya bien entrada la tarde, recibí la llamada de Kike para nuevamente fregarme la pita con lo del catorce de febrero. “Vamos Rubén, mira que este año estreno mis luces en el escenario, va a ser de la puta madre”. “Puta ni que fuera el Grammy Kike” – le dije. “Ya sabes que es mi vacilón, huevón. Además a ti también te vacila, puta y de repente cantando te levantas una hembra y le das su catorce”. “Te tengo que cortar, me llaman para una reunión, después hablamos” – le dije con voz de apurado – “Bueno Rubén, si puedes te vienes en la noche para un Soundtrack” – me dijo. “Ok, chaufa” – contesté mientras colgaba.

Por la noche, ya casi no había nadie en la oficina, retomé el tema de pensar en la manera de hacerle saber quién era. Iba pasando los títulos de los correos que nos mandamos y algo me hizo detenerme. Era uno de los correos del día en que hablamos de los artistas que preferíamos. En ese correo me dijo que la canción “Por debajo de la Mesa” la traía loca. “Pero claro, esa canción” – pensé en ese momento. Había encontrado la respuesta. Se me ocurrió participar en lo del catorce cantando ese tema, y cuando comenzara a sonar la introducción, repetiría el comienzo del texto de la tarjeta, y ella sabría que era yo y luego...le cantaría la canción.

Al día siguiente, estaba ansioso por saber lo que acontecería cuando llegaran las flores a su oficina. Esperaba que en el correo me escribiera para contarme algo al respecto, pero entre los temas que tratamos ese día, éste no surgió en ningún momento. Eso me entristeció por una parte, pero por otro lado indicaba que hasta ese instante no estaba entre los posibles autores de ese hecho. Sin embargo, trate de que ese hecho no me desanimara, y durante los próximos días insistí hasta el cansancio para que Kike encontrara la canción para el Karaoke. El me replicaba que cuando el tema es tan reciente pues era muy difícil que sacaran la versión para Karaoke tan pronto y el CD era recién salidito.

Recuerdo que esas dos semanas, la ilusión alimentó mi imaginación, volcando mis ideas en el proyecto para el Centro Comercial, logrando la satisfacción de los clientes y una bonificación fuera del contrato. Marta invitó a almorzar a todo el equipo y me comentó que había hablado con el gerente sobre mí y que muy pronto habría cambios positivos.

Ya a sólo una semana del catorce, Kike no había conseguido aún encontrar el bendito video. La gente se había pasado la voz y la mancha asistiría para pasarla simpática. Carla, a quién le decía de cariño SC, por Sweet Carla, me había comentado que también iría pues no tenía nada para ese día. En la noche fui al Karaoke para hablar con Kike y le confesé la razón de mi interés en aquella canción. “A la franca Rubén que esa no es para nada la manera como yo lo habría hecho, pero sólo te digo, no te mandes con todo, que...” – se contuvo en lo que iba a decir, pero luego agregó con una sonrisa y unas palmadas en la espalda – “Pero tampoco te culpo huevón, la hembrita está como para un comercial de chela. Guardadito te lo tenías maricón. Pero bueno, para que veas cómo es tu pata si no consigo ese video, cierro esta huevada. Pero Rubén, ve suave tigre.”

El día doce, Kike me llamó en la mañana temprano. “Aló buenos días” – dije. “No se dice buenos días huevón, se dice gracias master”. “¿Kike?” – pregunté – “¿cómo que gracias?”. Kike me contestó burlándose – “Oye puta que todavía estás durmiendo, ¿no?. Porqué crees pues papay ”. La idea que vino a mi mente en ese instante hizo que me parara en seco: “Puta madre lo conseguiste. Eres la cagada carajo”. “Tu pata pues, quien mas” – me contestó en tono triunfador. Una vez mas mi pata del alma no me había fallado.

Y así querido amigo, llegó el día esperado. Tenía planeado ir primero a mi casa y luego ir al Karaoke, pero asuntos de último minuto me retrasaron y al final tuve que ir de frente para allá. Ya había llegado buena parte de la gente, menos ella. Kike los había ubicado en una esquina preferencial. Estaba cantando Jennifer, que tenía una voz maldita. Era “Renacer” de Gloria Estefan.

Bueno, las horas transcurrían y Carla, pues... simplemente no llegaba. Ya era bastante tarde, y había cantado una canción dedicada a mis amigos, en especial a los que estaban de enamorados. Canté “Mírame” de Gianmarco, pero en realidad esa canción me la pidió Maria Isabel en vez del Chifa. “Ya estamos parches”- le dije bromeando cuando me senté. Al ver que ya casi habían cantado todos los que estaban invitados esa noche, veía que mi mágica noche se desmoronaba. Podría haber elegido no cantar más y que todo quedara ahí, pero ya me conoces. Decidí subir nuevamente al escenario, miré a Kike y le hice una seña con la cabeza. En los parlantes bien distribuidos del Karaoke, comenzó a sonar la partitura inicial de la canción y dije por el micrófono: “Para ti SC, dondequiera que estés, ojalá que esta canción llegue hasta tu corazón.”, y... comencé a interpretar la letra de “Por debajo de la Mesa”, buscando deslizar en la melodía todo el sentimiento que albergaba en ese instante. Mientras cantaba, tenía secretamente la ilusión de que Carla ingresara en ese instante y recibiera mi regalo, pero como te imaginarás querido amigo, ...eso nunca sucedió. La canción terminó, los parlantes retornaron al silencio y regresé a mi sitio. Toda la gente estaba aplaudiendo y mis amigos hacían bulla como locos, dándome apretones de mano y palmadas en la espalda, pero su aprobación no era en ese instante, lo que mi corazón anhelaba. Ya sentado, cogí uno de los papelitos para pedir canciones y escribí un título, guardándolo en la mano para dárselo a la mesera. De pronto, sentí un impulso increíble de estar solo, así que sin más preámbulos, me puse de pie y me despedí rápidamente de mis amigos. Maria Isabel hizo el ademán de querer decirme algo, pero traté de decirle con la mirada que por favor no lo intentara, y caminé hacia la puerta de salida, pasando cerca de la barra donde estaba Kike, quien al ver mi expresión y celeridad, movió la cabeza con una expresión solidaria y me dejó ir. La noche estaba despejada y observé la Luna, casi estaba llena, ...hubiera sido una noche especial. Caminé un par de cuadras, tomando un poco de aire, arrojé el papel que aún conservaba en la mano, paré un taxi y me fui a casa. No había nada más que hacer.

A la mañana siguiente, en el trabajo, recibí un correo de ella: “Hola Rubencito, ¿y cómo estuvo el Karaoke? Yo no pude ir, además que estaba recontra cansada.” Al leer eso sólo atiné a contestar – “Estuvo más o menos, fue buena cantidad de gente, pero me quité antes porque me sentía trapo también. Ya sabes, la chamba está brava”.

En esos días busqué de otras maneras una oportunidad de hablar con ella para tratar de acercarme y confesarle quién le dio las flores, pero fue en vano. Siempre tenía algo que hacer. Incluso un día le pregunté que tenía que hacer el viernes, y me contestó con la lista de cosas que tenía que hacer el viernes, el sábado y el domingo. Creí que la última persona del mundo en quien pensaría para salir sería en mi. Es mas, pensé que en todo este tiempo no me había considerado entre los posibles remitentes de su regalo. Posteriormente me contó que tenía que viajar a Puerto Rico para un curso de capacitación al cual la enviaba su empresa, donde aprovecharía en pensar varias cosas según ella. Poco a poco y en parte contra mi voluntad, dejé de escribirle, aduciendo que estaba muy ocupado.

Al mes de haber enviado las flores fui en la noche al Karaoke, y ahí, desde la barra, canté la canción que hacía mes escribí en un papel pero nunca canté: “Todo y Nada”. Decidí que le encargaría al tiempo llevarse este sentimiento que había surgido en vano. No sabía si lo lograría, pero lo intentaría.

Al día siguiente, a la hora de almuerzo, fui a la florería y estaba atendiendo la misma chica. Cuando le di la dirección se acordó de mi y sonriendo me pidió el mensaje. Al igual que en la vez anterior, le dicté lo que vino a mi mente en ese momento, lo cual haría que su sonrisa se apagara:

“A veces no podemos lograr que los sentimientos que surgen hacia alguien tengan frutos al enfrentarse a la realidad, pero creo que eso no merma lo especial que vimos en esa persona. Pienso que algo bueno merece despedirse de la misma manera como se presentó. Acompaño este adiós con el mas sincero deseo de que tu vida sea todo lo especial que deseas.

Tu admirador secreto”

Al día siguiente, curiosamente me escribió un correo contándome que había recibido flores. Fue recién ahí cuando me contó que hacía un mes había recibido unas similares y que no sabía quién era el que las enviaba. Todos sus amigos del trabajo se atribuían el hecho. Me despedí diciendo – “Bueno, si todos dicen que ellos son quienes enviaron las flores, entonces yo también digo que las envié.” “Ja, ja” – me contestó ella – “está buena esa”.

Poco antes que llegara el día de su viaje, le mandé un correo con un mensaje en el cual estaba inmerso el que escribí en la tarjeta. No se si lo llegaría a leer, supongo que si, pero nunca me hizo referencia alguna sobre ello.

La noche que partía de viaje, ella nunca sabrá que fui al aeropuerto a despedirla, pero no quería que me viera. La vi de lejos, despidiéndose de su mamá y sus hermanos. Le dije adiós tanto a ella como al sentimiento que sin pensar había surgido para no encontrar respuesta. Me retiré de allí con la idea que quizás, algún día, recibiera un “Hola Rubencito, ¿cómo estás? Sabes, estuve pensando y ... me gustaría verte y demostrarte que lo que hiciste no fue en vano”. Pero eso...eso sólo pasa en las películas.

No hace mucho, estaba en un grifo cargando combustible, cuando vi una camioneta con ella de copiloto y dos niños jugando en el asiento posterior. No se percató que yo estaba ahí por las lunas polarizadas del carro, pero yo si la vi claramente. Observé su rostro, el rostro de una persona que no está donde quería estar. La sonrisa que iluminaba su rostro cuando la conocí, aquella sonrisa que te inspiraba confianza y que era capaz de contagiarte pues...simplemente ya no estaba.

La despedida >>