lunes, 31 de marzo de 2008

Casi una Historia - Las últimas páginas (tercera parte)

Casi una Historia (Presentación)
Las últimas páginas (primera parte)
Las últimas páginas (segunda parte).

El paradero

Por las mañanas, cuando voy a la oficina, paso con el auto por el paradero de mi casa y cuando no estoy pensando en otra cosa, manía bastante arraigada en mí por cierto, me abordan los recuerdos de aquellas mañanas que salía rumbo a mi antigua chamba y tenía que esperar el único ómnibus que me llevaba a ese recóndito lugar. Como te imaginarás, ya me conocía de memoria a la gente que esperaba su carro y buscaba desesperadamente treparse a uno de los medios de transporte público que pasaba arrogantemente casi por el centro de la pista. Cuando tenía suerte rompía la rutina encontrándome con Arturo y el chino Carlos, patas del barrio que con su apariencia de des adaptados y sus ocurrencias me alegraban las mañanas.
Creo que esa época hubiera pasado como uno más de los períodos que tenemos de relleno en nuestras vidas de no ser por lo que a continuación paso a contarte.

Una mañana, estábamos conversando amenamente en el paradero cuando de pronto sucedió algo que alteraría mis pensamientos. “Oye Rubén” – me dijo Arturo – “puta mira huevón la hembrita que está viniendo, tienes que voltear solapa nomás porque está caminando justo desde la otra cuadra”. Carlos, que también estaba enfrente de mi agregó “si brother, puta hoy debe ser veintinueve de febrero o algo así”. Cuando por fin luego de unos segundos de indecisiones logré voltear, caminando justo en línea recta hacia nosotros, venía una chica de cabello negro azabache el cual llegaba un poco más debajo de sus hombros. Era delgada, pero no mucho, un poquito más baja que yo, aunque a treinta metros no se distinguía bien. Blanca al parecer, pero a unos veinticinco metros se dio un giro (me atrevería decir hasta provocativo) regalando al viento el placer de ondear su cabello, y quedó mirando los carros que venían. La primera idea que me asaltó fue: “Qué bonita eres, si tan sólo pudiera estar cerca de ti...”, pero por lo que reflejaban los rostros lujuriosos de mis amigos y la actividad de sus glándulas salivales, creo que no compartían mis ideas. Tenía un uniforme que parecía de Banco, saco rojo, blusa blanca y falda negra, acompañadas con unas medias negras semitransparentes y unos zapatos negros de taco ligeramente alto. “Hay que acercarnos para joderla” dijo Arturo. “Déjala tranquila huevón, como si nunca hubieras visto una hembra. Voy a tener que hablar con Erika, para mí que te tiene a pan y agua compadre” le dije en tono desinteresado, imagínate. A lo lejos distinguí mi carro, así que rápidamente me despedí de ese par antes que Arturo reaccionara del golpe. Pero de la nada apareció una de las combis que iban a Miraflores, donde chambeaban los downs esos y se subieron en primera. Mentalmente me despedí de ella, mi carátula de Cosmopolitan en español tridimensional y me dispuse a extender el brazo para parar el carro. Te confieso que se me atracó la saliva cuando vi que ya sabes quién se disponía igualmente subir al ómnibus. Con paso apresurado y sin prestar la más mínima atención a tu amigo, subió al carro. Por alguna extraña razón una parte de mí no quería subir al carro, pero la parte de mí que trabajaba y tenía que ganar un sueldo me obligó a hacerlo rápidamente.

Una vez en el carro, me propuse firmemente no prestar la más mínima atención a esa chica y tomarla como uno más de los pasajeros, que entre adormitados y aburridos estaban sentados o parados en nuestro acelerado transporte. Así que avancé hasta la puerta posterior y esperé pacientemente la llegada a mi destino.
Para mi desdicha, la empresa firmó un contrato con Prisma, la casa de modas, y nos teníamos que encargar de diseñar todo el arte impreso de apoyo para su próxima campaña. Cómo te imaginarás, por la dimensión del monto Marta, mi jefa, nos hizo dedicar todo el departamento de diseño a desarrollar propuestas para el cliente. En eso me entretuve toda la bendita semana y tenía que salir todos los días a las siete de la madrugada.
Luego de esa semana de mierda, bueno, ni tan mierda porque gracias a eso me aumentaron el sueldo, pude retornar a mi habitual horario matutino. Esta vez estuve sólo (menos mal) en el paradero cuando ella apareció. Estaba como la primera vez, en su punto. Esta vez su comportamiento sufrió una pequeña variación, se acercó más. Justo a unos ocho metros de mí estaba estacionado un auto en diagonal. Ella se detuvo justo a la altura del auto y se recostó suavemente sobre él, dándome la espalda.

Un millón de ideas me comenzaron a dar vueltas en simultáneo, mientras que unos escalofríos comenzaron a recorrer mi espalda. Pero a diferencia de la otra vez, llevaba un maletín azul demasiado grande para entrar en la categoría de cartera. Al instante surgió una palabra en mi mente: “gimnasio”. Estaba de seguro en un gimnasio, ¿vendría de ahí?, ¿iría después del trabajo?. Como siempre, el ómnibus apareció y, según me daría cuenta posteriormente, ella buscaba sentarse en los primeros asientos, lo cual me hacía deducir que su destino estaba un poco lejos. Así transcurrió esa semana, sin novedad alguna. El viernes de aquella semana, luego de la chamba, me fui al Karaoke.

Kike me preparó Soundtrack, uno de sus tragos exclusivos y que en realidad sorprendía cómo una huevada que parecía que te estaba disolviendo el esófago podía saber tan rico. Con los efectos del alcohol y ya entrada la noche, cometí la torpeza de escurrir en la conversación el tema de la chica del paradero. (Continuará)

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