domingo, 21 de setiembre de 2008

Casi una Historia - Las últimas páginas (sexta parte)

Casi una Historia (Presentación).
Las últimas páginas (primera parte).
Las últimas páginas (segunda parte).
Las últimas páginas (tercera parte).
Las últimas páginas (cuarta parte).
Las últimas páginas (quinta parte).

La Piscina

Luego de lo ocurrido con la chica del paradero, pensaba que pasaría un buen tiempo sin preocuparme por asuntos del corazón.

El viernes se pasó lento y aburrido, con mi imaginación trabajando al diez por ciento. De pronto timbró el teléfono. “Aló buenas tardes” – dije con voz de pocos amigos – “Aló,” - se escuchó una voz – “¿con el pintor de brocha gorda Rubén?.” Era el negro Enzo, uno de los patas del Club. “Habla drilo, cómo estás?” –le contesté riéndome (le decíamos de cariño drilo, por lo de cocodrilo). “Acá pues brother, de guardia en la clínica. Mira Rubén, no tengo mucho tiempo para hablar y me falta hacer un culo de llamadas todavía, pero estoy comenzando por los infaltables. Mañana tengo libre y estoy animando a la gente para un meeting en la piscina mañana en el Club. De ahí puede salir un cevichito con sus chelitas y quién sabe, de repente la seguimos. Qué dices, ¿te apuntas?” – Bueno, después de las cosas que me habían pasado, pensaba que me venía de perilla – “Sale Doc, cuenta conmigo. ¿A qué hora es el meeting?”. “Alrededor de las diez y media para agarrar buen sitio, sino nos dejan sin perezosas. Bueno tigre, te voy dejando entonces, las enfermeras me reclaman. Tú sabes, todas quieren un pedazo de su negrito”. “Si huevón, cuéntame otra.” – le contesté en tono burlón – “Bueno Doc, hasta mañana entonces”. “Chaufa”- contestó él. Mientras colgaba el teléfono, pensaba que el fin de semana podría arreglarse después de todo.


Aquella mañana la recuerdo muy bien. Como siempre me desperté tarde. Miré el reloj - “las diez y cuarto, la cagada.” Metí como pude las cosas en el maletín y salí a tomar un carro rumbo al Club. Como era de esperarse ya estaban todos reunidos en una de las esquinas. El negro había logrado que viniera un buen grupo. Conforme me fui acercando, iba reconociendo los rostros. Estaban Jaime y María Isabel, Rosa y Héctor, Sofía, Carmen, Iván, Miguel, Kike, como siempre estrenando flaca nueva en cada reunión, y cuatro patas más que no conocía. De repente sucedió. Di un vistazo rápido a la piscina y me quedé embelesado observando a una chica con una tanga naranja con amarillo. Estaba nadando de espalda, te confieso que no evalué mucho su estilo, pero me cautivó. Era blanca, delgada, con cabello marrón oscuro, lacio y no muy largo. Sin dejar de caminar la seguí observando como se volteaba y se preparaba para salir de la piscina. Ya estaba casi llegando donde mis amigos y pensé “bueno preciosa, se acabó el sueño.” Ella, al sentir mi mirada supongo, volteó y rápidamente hice como que miraba para otro lado ya aunque era demasiado tarde. Comencé a saludar a la gente y aguantar los rajes de siempre cuando llegaba tarde. Estaba de lo más bien cuando de pronto algo me paralizó la circulación: “Carla, ven un toque” – dijo Miguel. Con el rabillo del ojo observaba que había movimiento justo por el lugar donde hace unos segundos mi vista dejó a aquella chica. Instantáneamente mi mente se puso en blanco con solamente tres palabras al centro: “conche su madre!.” Miguel me dio una palmada en el hombro y me dijo: “tigre, te presento a mi prima Carla” - volteé y trate de poner mi mejor cara de desinteresado – “el es Rubén, el loco brocha gorda” – agregó Miguel, provocando las risas de la mancha. “Hola Carla, cómo estás, un gusto” – dije cordialmente, -“Hola Rubén” – me contestó con una voz suave y ligeramente ronquita, poco común pero muy agradable. En eso, y como torturándome, me sonrió. Me encantaba su sonrisa. Te digo amigo mío, que era bonita, muy bonita, pero para mí, lo que hizo que representara algo más que una hermosa chica, era su forma de sonreír. Una sonrisa contagiante y que te invitaba a confiar en ella.

Aquel día se tornó muy entretenido, todos en la piscina haciendo miles de juegos, almorzando luego y contando a los nuevos cómo nos conocimos y algunas de nuestras anecdóticas aventuras, muchas de las cuales están preservadas entre tus páginas. Como ya te conté, aquella chica me dejó impresionado; sin embargo, traté de hacerme el desinteresado y, sin dejar de ser amigable, me esforcé en no mostrar mi atracción. Llegué al punto de caminar ligeramente delante del grupo en algunas ocasiones, bueno, ya conoces mis clásicas. Cuando nos tocó despedirnos, cosa que para nada deseaba, solo me salió un “me dio mucho gusto conocerte Carla”. “A mí también me dio mucho gusto conocerte Rubén” – me respondió ella, al tiempo que me daba un beso en la mejilla (pensar que estuve a tan pocos centímetros de sus labios) y luego partió con su primo Miguel. Ya de regreso a casa, me asaltaron los recuerdos de aquel día y poco a poco su imagen comenzó a ganar terreno en mi mente, pero me dije “Vamos Rubén, déjate de alucinar, seguro que la flaca está en otros planes y en ellos, para nada estás tú”.


Las últimas páginas (séptima parte).

No hay comentarios.: